Pese a que se firmó el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
FARC, el país sigue sumido en una espiral de violencia absurda, sin sentido, donde todos los días
seguimos enterrando los cuerpos de nuestros seres queridos, de personas inocentes en muchos
casos.
Qué país tan maravilloso y hermoso es Colombia pero que dolor en el corazón saber que todos los
sectores se mueven por el sentimiento de la venganza, y para nada que ponemos en práctica una
de las máximas enseñadas por Jesucristo que es amar al prójimo como lo expresa en Mateo 22:39
cuando afirma: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Los últimos días ni siquiera el virus del Covid-19 es lo que nos tiene contra la pared sino la falta de
respeto por los derechos del otro. En Barranquilla en una fiesta unos irresponsables decidieron
agredir físicamente a una médica pediatra y a su empleada doméstica sólo porque ella solicitó
bajar el volumen de la música.
En Bogotá en un acto de abuso de autoridad y pese al clamor de la víctima para que no le
golpearan más, unos uniformados decidieron ponerle fin a la vida del ciudadano Javier Ordoñez en
un caso que al parecer tenía rencillas entre las partes con anterioridad.
Pero lo que es más doloroso aún es que las protestas para rechazar ese crimen registró una serie
de movilizaciones con niveles de vandalismo desdibujando el legítimo derecho de una sociedad
que con altura pueda repudiar una acción demencial de unos uniformados que no representan el
actuar de toda una institución. Claramente destruir e incendiar los CAI y los buses de Transmilenio
no le devolverá la vida a la víctima.
Pero lo que rebosa el vaso de irracionalidad es la respuesta de algunos agentes de disparar de
manera indiscriminada contra la población civil que participaba o no de las acciones vandálicas en
un hecho que jamás había visto que ocurriera en nuestro país.
Independiente de la información privilegiada de los organismos de inteligencia que dan cuenta de
infiltración de guerrilleros en las jornadas de protesta, nada justifica el incomprensible accionar
que predominó en esas horas de oscuridad para la fuerza pública que procuró solucionar las
alteraciones del orden público a tiros. Para eso está la norma para que a los responsables les caiga
la justicia con todo el peso de la ley.
Nada parece ocasional, y más bien parece orquestado por las fuerzas del mal que se empeñan en
que Colombia no salga adelante o porque seguramente viven de la violencia. Primero asesinato de
líderes sociales, luego las masacres, y ahora el caos y el vandalismo. Será que la violencia es el
camino para reclamar justicia? Seguramente no.
Es claro que muchos de los males son porque el hombre está alejado de Dios. Tanto el caso de la
fiesta Barranquilla donde fue golpeada la médica como el caso del abogado Ordoñez, estuvo el
licor de por medio minutos previos a los hechos. Los rumberos agresores estaban bajo los efectos
del alcohol y Ordoñez (no por eso deja de ser repudiable la acción de los agentes) en pleno día de

semana estaba ingiriendo licor con sus amigos y andaba buscando más licor cuando fue requerido
por los uniformados.
Por eso la Palabra de Dios es clara cuando dice en Efesios 5:18 “No os embriaguéis con vino, en lo
cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Y como si lo anterior fuera poco qué decir
que aún no hemos superado la emergencia sanitaria y un sector de la economía reclama el
derecho a reabrir las discotecas y los bares para vender licor con el argumento que se van a ir a la
quiebra sin importar que muchas vidas ahí se pueden perder.
La sed de venganza por la injusticia contra este ciudadano (en el caso que así sea y no por quienes
quieren pescar en río revuelto y aprovechar para sembrar el caos y generar inestabilidad para el
gobierno de turno) llevó a muchos a cobrar justicia por su propia mano queriendo lapidar a cuanto
uniformado se atravesara por su camino.
Llama poderosamente la atención por qué pese a que Ordoñez suplicó misericordia, al igual que
las personas que estaban cerca, los agentes no la tuvieron siendo que estaba reducido y eran
mayoría los uniformados, sino que incluso cuando lo llevaron al CAI, lo terminaron de rematar allá
porque murió más por los golpes que por el taser utilizado en el operativo, según las
investigaciones adelantadas hasta el momento por organismos como la Fiscalía y Medicina Legal.
Que duro es que nos dejemos llevar por la ira y por la sed de venganza. Seguramente había una
vieja rencilla entre Ordoñez y los uniformados quienes al parecer se dejaron llevar de estos
sentimientos en mención, porque pese a los ruegos de parar su acción contra la humanidad de
Ordoñez, nunca cedieron a la súplica desconociendo que Dios en su Palabra, en Lucas 6:36 nos
invita a tener misericordia con los demás: “Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es
misericordioso”.

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