Por: Carlos Noriega
Además del que hoy ostente el premio de consolación de ser senador de la república -ya que escribo esto previo a ese decisivo 19 de junio- el otro gran perdedor de esta beligerante y acalorada jornada electoral es, sin lugar a dudas, el casi extinto periodismo colombiano.
Y digo casi extinto, porque me parece injusto caer en generalizaciones que anulen ese buen periodismo independiente que todavía podemos encontrar en ciertos recovecos del internet. Pero, salvaguardando esas contadas excepciones, es indiscutible que la mayoría de los “grandes periodistas” estuvieron durante toda la campaña revestidos por un fanatismo político frenético, avivado, como no podía ser de otra forma, por una obscena y robusta chequera.
La visceralidad de los ataques, el descaro a la hora de mostrar su parcialidad, la desperada insistencia en vender a su preferente y, el más repulsivo de todos, el silencio cómplice frente a los delirios, embarradas e incluso delitos de su candidato fue el pan de cada día durante esta época. Nunca, es mis escasos treinta años de vida, había presenciado tal espectáculo bochornoso digno del barbarismo del coliseo romano durante sus años dorados.
Parece que se les olvido por completo que gran parte de la salud de la democracia, como régimen político, reposa sobre cuan bien y objetivamente estén informados los ciudadanos. Y este es un hecho no menor, ya que la relación entre la contaminación por desinformación y la perdida de la confianza en la democracia como sistema, son directamente proporcionales.
Que penoso es ver el lodazal en el que han convertido a una honorable profesión que, en otrora, buscaba generar una seria reflexión sobre los asuntos incomodos del país. Y recalco la palabra reflexión, porque esa manía que querer figurar como pastores guías de un rebaño, es otra de las grandes aberraciones en las que han caído.
Por lo general cuando decido escribir una columna, siempre me gusta dejar propuestas o ideas constructivas que permitan contrarrestar todo lo negativo que he expresado a lo largo del texto pero, dada la severidad del daño que estos peseteros han causado, me abstengo de hacerlo y prefiero sentarme a ver el predecible final que les aguarda; el ostracismo.