COLUMNISTA: LUIS GONZALO MORALES

Después de meses de incertidumbre y especulaciones, el pasado 13 de febrero de 2023 se conoció el proyecto del gobierno para reformar la salud. Su contenido y el secretismo con el que fue construido, le restan credibilidad y legitimidad a lo que se propone. Nadie discute que esta reforma es necesaria y que no hay que creer que todo lo que allí se plantea es malo. Sin embargo, hay cosas cuestionables por decir lo menos, que se convierten en pecados capitales al ignorar cómo la mayoría de las sociedades han abordado estos problemas.

Para comenzar, se pretende refundar el sistema de salud, cambiando absolutamente todo lo que se construyó durante treinta años, incluidos los nombres de las instituciones. Arrasan con lo existente, que nadie niega tenía problemas, y lo pretenden reemplazar por algo completamente nuevo, que no existe en ningún otro lugar del mundo. Desconocen que cambios tan radicales pocas veces han funcionado, como la sabiduría popular nos lo recuerda: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

El segundo pecado rememora la respuesta que Catalina II de Rusia le dio al enciclopedista Diderot quien le pedía adoptar la causa de la Ilustración. “Usted trabaja sólo sobre el papel, que se presta a todo; es obediente y flexible y no pone obstáculos ni a su imaginación ni a su pluma; en cambio yo, pobre emperatriz, trabajo con la naturaleza humana”. En esta reforma abundan la retórica de las buenas intenciones y los ideales característicos del nuevo sistema, que no pasan de ser promesas que nadie ha visto en la realidad y que solo existen en la imaginación de sus creadores.

Lo tercero es que la reforma asume que la salud en Colombia comienza con ellos, desconociendo el largo y tortuoso camino recorrido por el país durante casi un siglo para llegar a donde estamos hoy. Confunden, o quizás ignoran, que seguridad social es algo diferente de salud, y que financiar y pagar por los servicios no es lo mismo que asegurar su disponibilidad. No de otra manera se podría explicar que pretendan reemplazar a las instituciones que gestionan el seguro de salud con los hospitales.

El cuarto pecado, les es difícil ocultar el sesgo ideológico de esta reforma en contra del sector privado – y la supuesta superioridad moral del público – al que borran de plano en el manejo de los recursos, equiparando lucro con corrupción. Además, dejan un tufillo autoritario al eliminar la libre elección de los usuarios obligándolos a que se inscriban en determinados lugares como condición para ser atendidos.

Finalmente, sorprende la forma atropellada como quieren discutir una reforma tan trascendental para los colombianos, que en su mayoría y con justa razón no ven con claridad quién, cuándo y cómo se hará cargo y responderá integralmente por los servicios de salud a los que tiene derecho. ¿A que le temen al negarse a discutir de manera amplia, serena y sin prisa una reforma de semejante trascendencia?

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John Didier Rodriguez Marin

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