Opinión. Por: Edgar Martínez
La retórica verbal y digital del Presidente, Gustavo Petro, sea en Colombia o en el exterior más que deleitar o conmover genera fuertes impactos de persuasión entre sus seguidores, los antipetristas, los analistas de opinión y los medios, acaparando casi todos los días titulares en esencia dudosos, pero que le sirven para justificar y proyectar su egocéntrica idea de ser un líder de talla latinoamericana.
El primer mandatario criollo tiene una destreza indiscutible en comunicación verbal seguramente por haber dedicado la mayor parte de su vida a debatir sobre los graves problemas de Colombia como un rebelde, según él, con causa, y posteriormente, como líder político desde varios escenarios de la vida pública en donde pulió sus argumentos para posicionarse y llegar a la máxima posición política.
Describo la experiencia oratoria porque hace dos semanas (más o menos), el jefe de estado en el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile declaró: “(…) Que nosotros somos hoy a los que nos miran como pueblos, como experiencia. Que somos faro del progresismo y posiblemente del futuro. Y que por eso no podemos dejar perder la oportunidad democrática y pacífica de América Latina (…)”. El discurso completo reposa en la web de Presidencia de la República. Pero más allá de la intensidad de las palabras, que pueden ser con buenas intenciones, incluso románticas y flechadoras al corazón, la realidad social, económica y política de la región deja en vilo esas dulces palabras.
¿Cómo nos miran? Informes, estudios, cifras y datos de organizaciones estatales y privadas del orden internacional coinciden en que la región sigue azotada por altos índices pobreza extrema en varios países. Eso se evidencia principalmente en una educación de baja calidad, analfabetismo, brechas digitales, reducida inversión en ciencia, tecnología e innovación, déficit en cobertura y calidad en servicios de salud, fuertes cifras de empleo informal y escases de vivienda propia y digna. Esos son los vientos de progresismo estimados en las laureadas palabras de Petro. En este sentido, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ratifica: “la región más desigual del planeta”.
Siendo realistas, los estadounidenses y europeos, especialmente, nos ven a los latinos como hijos sin patria deambulando en busca de visas para un sueño por todo el mundo. Se adhieren a eso para abusar de la mano de obra, manipulan la belleza latina con fines sexuales de la más baja calaña, se apropian de nuestros cerebros fugados, nos tratan sin pudor todavía de indios (me siento orgulloso de mis ancestros), su rencor contra nuestro origen se calma con epítetos xenófobos y golpizas, y en el caso de los colombianos, nos restriegan en nuestras caras ese mal endémico de narcotraficantes. Estoy seguro que así nos ven, señor Presidente Petro.
¿Qué somos el faro? Lo fuimos en la época de la conquista cuando los españoles vinieron y atracaron la mente e inocencia de nuestros aborígenes y luego les obligaron a entregar sus riquezas estimadas en oro, esmeraldas y otras bondades de la madre tierra, incluidas las mujeres que fueron sometidas a un sin número vejámenes propios de los europeos, relatan crónicas de aquellos tiempos. Latinoamérica es el faro global para la explotación de sus riquezas naturales porque la verdad ni una economía emergente producimos para los intereses de los países capitalistas.
Siguiendo con el romántico discurso del mandatario colombiano en Chile resalto las progresistas palabras: “(…) Derechas o izquierdas tienen que saber que, gane quien gane, por decisión de sus pueblos, no habrá exilio, ni persecución, ni cárceles por sus ideas. Que nadie debe morir por lo que piensa (…)”. Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el adagio popular porque solamente entre las tres dictaduras revolucionarias (Nicaragua, Cuba, Venezuela) hay 1566 presos políticos, dice Salud Hernández Mora, columnista de Revista Semana. En esa línea, Daniel Ortega, presidente nicaragüense bajo su gobierno tiene encarcelados 34 religiosos y siete candidatos presidenciales, que según la prensa, piensan diferente y le compiten para sacarlo del poder.
En Perú, en Ecuador, en Chile, en México, en Colombia, las protestas y criticar a su gobierno deja heridos, muertos, encarcelados y desaparecidos. Es decir, ese relato pacificador de Gustavo Petro se derrumba frente a las realidades vividas prácticamente a diario en Latinoamérica. Unas realidades tomentosas por la incertidumbre del presente y la certeza de un futuro próspero.
La realidad es que el primer mandatario de los colombianos debería tomarse en serio la posición que le otorgaron generando acciones puntuales para remediar la crisis económica, las tasas de desempleo, la informalidad, el alto costo de la canasta familiar, los constantes bloqueos en más de 20 departamentos, las exigencias de todos los sectores de la sociedad y un sin número de problemas acumulados en menos de seis meses de su mandato. Antes que ser líder latino debe ser un líder de quiénes, como el mismo dijo, le dieron la “papayita” de ser Presidente de los colombianos.